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Fundación y Primeros Tiempos
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Ésta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino I, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos a la protección de los caminos, porque no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Ésto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su cuartel general, sino su nombre.
Además de ello, el Rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la misma en Jerusalen, en 1128 se reunió el llamado Concilio de Troyes que se encargaría de redactar la regla para la recién nacida orden de los Pobres Caballeros de Cristo. El concilio fue encabezado por el legado pontificio D'Albano y a el acudieron los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades como Etiene Harding, mentor de San Bernardo, el propio San Bernardo; y laicos como el Conde de Champaña y el Conde de Nevers. Ante la asamblea Hugo de Payens expuso las necesidades de la orden, y se decidieron artículo por artículo hasta los más nimios detalles de ésta, como podían ser desde los ayunos hasta la manera de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
La regla del temple más antigua que se conoce es la concedida por San Bernardo al Patriarca de Jerusalen y que éste reformó antes de entregársela a Hugo de Payens. La orden constaba de un acta oficial del Concilio y un reglamento de 72 artículos entre los que se encontraban algunos como:
Articulo X: Del comer carne en la semana. En la semana, sino es en el dia de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caygan, basta comerla en tres veces, o dias, porque la costumbre de comerla, se entiende es corrupción de los cuerpos. Si el Martes fuere de ayuno, el Miercoles se os de con abundancia. En el Domingo, assi a los Cavalleros, como a los Capellanes, se les de sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno, y den gracias a Dios.
Este ejemplo denota lo meticulosa que pudo llegar a ser esta primera regla. Una vez redactada y entregada al patriarca de Jerusalén; éste la modificó eliminando doce artículos e introduciendo veinticuatro nuevos entre los cuales se encontraba la referencia a vestir solo el manto blanco entre los caballeros. El atuendo del caballero templario, es decir, la cruz paté roja sobre manto blanco fue otorgada a la orden por medio del patriarca de Jerusalén Balduino I, quien al llegar al poder, sustituyó a los veinte canónigos que su antecesor Godofredo de Bouillon colocara en el santo sepulcro dándoles el sobrenombre de Orden del Santo Sepulcro, por veinte caballeros templarios haciéndoles vestir con los ropajes de sus predecesores. El manto blanco simbolizaba la inocencia y pureza del caballero mientras que la cruz roja, simbolizaba su martirio.
Una vez redactada la regla básica, cinco de los nueve integrantes de la orden viajaron encabezados por Hugo de Payens, por Francia primero y por el resto de Europa después, recogiendo donaciones y alistando caballeros en sus filas. Se dirigieron primero a los lugares de los que provenían, con la seguridad de su aceptación y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo una cifra cercana a los 300 caballeros sin contar escuderos, hombres de armas o pajes.
Importante fue para la orden la ayuda que en Europa les concedió el abad San Bernardo de Claraval que debido a los parentescos y las cercanías con varios de los 9 primeros caballeros, se esforzó sobremanera en dar a conocimiento a la Orden gracias a sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un fanático religioso que había sabido granjearse la confianza de media Europa hasta el punto de ser tan admirado como temido. Luchó contra la orden de Cluny y contra Pedro Abelardo, brillante maestro de la época cuyas enseñanzas Bernardo encontraba peligrosas. Así pues era de esperar que San Bernardo aconsejara a la orden una regla rígida y que les hiciera aplicarse a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1128 en el Concilio de Troyes introduciendo numerosas enmiendas en el texto básico que redactó el patriarca de Jerusalén, Etienne de la Ferté. Y ayudó posteriormente de nuevo, a Hugo de Payens redactando una serie de cartas en las que defendía a la Orden Del Temple como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a unirse a ella.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo -esto es, las limosnas que se entregaban en todas las Iglesias- una vez al año). Además, estas bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedía atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, y ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud, se instalaron en el desfiladero de Athlit protegiendo los pasos cerca de Cesarea. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 30–50 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple (en francés: pobres caballeros del templo). Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta expansión territorial contribuyó al enorme incremento de su riqueza que pronto no tuvo igual en todos los reinos de Europa.
Dibujo del ataque de Luis IX a Damieta
El principio del Fin
Pero las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa; así en la batalla de los Cuernos de Hattin que tuvo lugar el 4 de julio del año 1187 en Tierra Santa, al Oeste del Mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun), el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes Templarios y Hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Chatillon, se enfrentó a las tropas del sultán de Egipto, Saladino. Este, les inflingió una tremeda derrota, en la que murieron el Gran Maestre de los templarios y muchos de sus caballeros, aparte de las bajas hospitalarias. Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó de un manotazo con el Reino que había fundado Balduino; sin embargo, la presión de la Tercera Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de Saladino un acuerdo para convertir Jerusalén en una especia de "ciudad libre" para el peregrinaje.
Despúes del desastre de Hattin, las cosas fueron de mal en peor y en 1244 cae definitivamente Jerusalén, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares, los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.
Las posteriores Cruzadas (esto es, la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que evidentemente se alistaron los templarios, o no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa o fueron episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada)
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, y la lidera, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis IX cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
En 1291 cae San Juan de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre tras comprar la isla.
Tras su expulsión de Tierra Santa
Los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo hizo, pues tanto los Hospitalarios como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses a diferentes lugares.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, al parecer, una de las razones por las que Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.